viernes, 25 de marzo de 2011

JESUS ZARTE MORENO. Premio Planeta.




Jesús Zárate Moreno
fue un escritor y diplomático colombiano, nacido en Málaga, Santander, Colombia, en 1915, y muerto en Bogotá en 1967. De profesión abogado y de oficio periodista, Zárate ocupó importantes cargos en España, Estados Unidos, Cuba, México y Suecia, en las misiones diplomáticas de su país. En 1972, salta a la fama con la aparición póstuma de su segunda novela, La cárcel, que ganó insólitamente el prestigioso Premio Planeta de Novela. A raíz de este suceso, la editorial decidió modificar las bases del certamen y así impedir que en el futuro ganara el premio la obra póstuma de algún escritor español o hispanoamericano fallecido. El importe del premio lo recibieron sus hijos, quienes habían sometido el manuscrito inédito al certamen. Jesús Zárate Moreno ya había publicado en Colombia antes de morir cuatro volúmenes de cuentos.

OBRAS

* No todo es así, cuentos.

* El viento en el rostro, cuentos.
* El día de mi muerte, novela.

* Un zapato en el jardín.

* El Cartero, novela.

* La cárcel, novela (Premio Planeta 1972).


La cárcel de Jesús Zárate: La acción de la novela galardonada con el Premio Planeta 1972 transcurre íntegramente en una cárcel colombiana, en la que el protagonista, Antonio Castán, se encuentra acusado de un crimen que no ha cometido. Para ocupar su tiempo empieza a llevar un diario en el que describe a sus compañeros de celda, Mister Alba, un "gentleman" aventurero, "ingenioso y mentiroso", Braulio, un bígamo sentimental, y David Fresno, estudiante bohemio falsificador de cheques. Los cuatro conversan, con un gran derroche de divertidas e inteligentes paradojas, sobre la libertad y el encarcelamiento, la inocencia y la culpabilidad, mientras el relato toma un rumbo inesperado con el estallido de un motín y el asesinato a sangre fría del director de la prisión, el sádico Leloya. El desenlace va a dar una agudeza insospechada y un sentido muy hondo a las paradojas que manejan estos personajes, siempre con un humor incisivo que sin renunciar a la sonrisa y a la comprensión humana, revela profundas e inquietantes contradicciones. Obra muy bien escrita, de gran amenidad y "suspense", su lectura nos introduce en toda una problemática del mayor interés planteada de un modo brillante y atractivo.









-Le doy diez pesos.
-Vale quince.  Ni un centavo menos.
-Diez pesos.
-Quince.
-Podríamos partir la diferencia doce y medio.
-No; quince.  Es el único precio.


El joven miró la cabra . Era un precioso animal. a pesar de su cornamenta, tenía un aspecto inofensivo y unos ojos melancólicos, que daban lástima.
-Doce y medio -volvió a decir, Dando una vuelta en torno de la cabra.  
consideraba que valía quince pesos pero pensaba insistir en doce y medio hasta el último momento. Era una cabra magnífica. La piel brillante, las ubres opulentas todos denunciaba en ella la selección de la especie.
-Doce cincuenta -dijo por tercer vez.
-Vale quince -Repitió el otro, un hombre tuerto, de largos bigotes -ni un centavo menos .
¿Dónde consigue usted  una cabra de Nubia por ese precio? Si la vendo en eso, es porque necesito el dinero. Mi mujer va a tener un hijo... ¿entiende? Necesito el dinero.


Al hablar así el tuerto apuraba un vaso de aguamiel era forastero según había dicho; de todos modos;  era la primer vez que se le veía por aquellos contornos. Había llegado un momento antes, tirando de la cabra, orgulloso de ser su dueño. Exhibiéndola a los ojos de todos como un ejemplar nunca  visto. Después de beber, dejó el vaso sobre el mostrador, sacó del bolsillo una moneda de cinco centavos y pagó.  El tendero se movía con languidez entre las sombras de la fonda.  Recibió una moneda dándole las gracias y se retiró al fondo del establecimiento, de dónde había salido, a un sitio donde nadie lo veía y desde donde él observaba muy bien a todos los clientes .


-No hay quien le dé más de lo que yo le ofrezco.
-insistió el joven.
-Es una cabra de Nubia.
-Podía ser una cabra del cielo.  No vale más. ¡Doce cincuenta!


-Bien... es suya.  Me ha convencido. Necesito el dinero, y no hay remedio. puede llevársela.


El tuerto  contó el dinero. Doce billetes de un peso, y cinco  monedas de diez centavos. Revisó los billetes minuciosamente, uno a uno, mojándose los dedos con saliva al repasar su valor y comprobar su autenticidad. Después los levantaba a la altura de los ojos y los examinaba al trasluz, sosteniéndolos en el aire, con cómica desconfianza.


-Son legítimos -dijo el comprador.
-No lo dudo -replicó el tuerto-.  Pero mejor estar seguros. Hay muchos falsificadores.


-¿Podría hacerme un favor?


-Con mucho gusto, si Dios quiere -dijo el tuerto .


-No puedo llevarme la cabra ahora. Vendré mañana a buscarla, en un camión. Dejó su valor y mañana a las tres vendré a llevarla. ¿En dónde vive usted?


-Aquí me encontrará.


Inmediatamente se despidieron.  El joven echó una ojeada a la cabra.  Estaba orgulloso con la adquisición. Le parecía que había engañado al vendedor.  La cabra, sin duda valía mucho más del precio que había pagado por ella. “Mañana a las tres”,  volvió a decir al salir.  Un momento después,  en la carretera, se sintió la marcha del motor del automóvil en que viajaba.  El auto dejó al pasar una nube de  polvo, cuyas briznas invadieron la tienda,  haciendo estornudar a la cabra.


-Otro vaso de aguamiel -ordenó el tuerto cuando estuvo solo.


El propietario emergió de la sombra, detrás del mostrador. Buscó un vaso y lo enjuagó en una olla.  Luego tomó un cucharón y lo hundió en el barril burbujeante y llenó  el vaso con el líquido fermentado.  Después dejarlo sobre el mostrador volvió a perderse en la sombra .


-¿Quién es el que me ha comprado la cabra? -preguntó el tuerto.


Nadie contestó.


¿quién es? -insistió-. Estaba aquí, conversando con usted, cuando yo llegué.  Supongo que lo conocerá.


El ventero volvió a aparecer.  Mordía un terrón de azúcar.  Al hablar, las palabras chirriaban en su boca,  cuando los dientes chocaban contra partículas de azúcar retrasadas en la salivación calmosa.


-Es un loco- dijo.


- ¿Cómo?


-Un loco.


- no lo parece.  Es muy joven...


-¿Los jóvenes no pueden ser locos? ¡ Qué criterio!


-No me dejó terminar. Iba a decir que es una desgracia que sea loco,  siendo tan joven.  Pero…¿ de dónde saca usted que sea loco?


-Su padre era muy rico.  el hombre más rico de la provincia.  Al morir le dejó todos sus bienes.  ahí donde usted lo ve ahora,  bien vestido,  con camisa de seda,  con automóvil y todo,  no tiene dónde caerse muerto...


En ese momento se sintieron  pasos en la carretera.  Era ya un poco tarde,  y el sol se alejaba de la fonda  rural,  rodando por el campo,  como una bola de fuego. En el río, bajo el puente, cerca de la fonda, se bañaban varios chiquillos.  Gritaban con vivo entusiasmo, pero el viento cálido  se llevaba sus palabras muy lejos;  y hasta allí sólo llegaba el ceceo  apagado de las voces.  Los pájaros regresaban a los aleros de las casas  y penetraban  en sus nidos,  con precisión y seguridad de flechas aladas.


Tres hombres entraron en la tienda y pidieron cerveza. Uno de ellos  ocupó una silla y se dedicó a afinar la bandola y de las tripas de cobre del  instrumento surgían diversos sonidos,  destemplados unos,  armoniosos otros, todos torpes e imprecisos.


- ¡hermoso animal! -dijo uno de los recién llegados mirando la cabra.


Los otros la contemplaron y alabaron la elástica finura de sus miembros.  El tuerto levantó la soga con que la tenía atada,  tratando de atraerla.  Pero la cabra se resistió y dio muestras de mal humor al verse arrastrada a la fuerza.


-¿la vende? - preguntó el hombre que había hablado antes.


-¡Veinte pesos! -respondió el tuerto.
-Quince.
-¿Quince pesos una cabra de Nubia? Ni pensarlo.
-¿Quién dijo que ese animal era de Nubia?


-Se la compre al gobierno.  Es de las que importó el gobierno para mejorar las razas criollas.  Vale cuatro veces más,  pero yo la vendo porque necesito el dinero. Mi mujer va a dar a luz… ¿ entiende?  Vale veinte pesos.
-Quince.
-.Bueno   ya que  insiste, se la dejaré en quince.  Es suya.


El ventero Lo miró, asombrado de su audacia.   Luego se hundió en la penumbra, porque no le gustaba ser testigo de los negocios que se ventilaban en la tienda.   Le bastaba vender,  sin oír ni ser oído,  ni meterse en los asuntos y discusiones de los campesinos y tratantes.   nunca salía del fondo del establecimiento, ni siquiera para comer;   su mujer decía que estaba abotagado por falta de ejercicio y de sol y que un día iba  a reventar como una vejiga.  El de la cabra contó los billetes, esta vez sin dificultad, porque se trataba de tres billetes nuevos de cinco pesos.


-No puedo llevar hoy la cabra- dijo el nuevo comprado-.  Tendré que venir mañana por ella.  Es muy tarde para llevarmela,  y no tendré dónde dejarla esta noche. ¿ vive usted aquí?


- No: Al otro lado del Río.  pero no importa.   Vendré mañana a las tres.


-Para seguridad de todos-  propuso El hombre de la bandola-  podría dejarlo aquí mismo,  en Los corrales de la casa.


-¡De ninguna manera! - gritó el ventero desde la  sombra-.   Los corrales de la casa están llenos,  y a mi mujer no le gusta que guarden animales en ellos,  sin su consentimiento…


- Mañana a las tres estaré presente -  digo el comprador-. Ha hecho usted es un buen negocio:  lo felicito. Quince Pesos son una buena suma. ¿ cómo se llama?


- Francisco  Quintana,  servidor.


- Gracias.  ¡Mañana a las tres!


Los hombres se pusieron en marcha.  El tuerto sacó un cigarrillo, Lo partió en dos,  y guardo uno de los cabos,  encendiendo el otro. El  ventero volvió a salir. Movía   su gordura con perezosa fatiga  y respiraba con dificultad , mordiendo un terroncito de azúcar.


- ¿Qué ha hecho usted? - dijo el tendero.


- me hace daño fumar mucho -  replicó el tuerto- Partiendo los cigarrillos,  fumó menos.


-No me refería a eso.  Le preguntaba porque ha vendido  la cabra dos veces, en mis propios ojos. Es una porquería lo que usted ha hecho.


-¿ le parece? .-  alegó el  tuerto con cinismo.


-No quiero saber lo que va a pasar. ¿ Qué piensa hacer?


-Nada.


-¿ Cómo, nada?  ¿ Qué es eso de nada?
No me gusta meterme en lo que no me importa, pero el negocio se ha hecho  en mi casa.
Si los gendarmes me preguntan,  se lo diré todo.


El tuerto tomó el vaso de aguamiel y lo agotó de un sorbo. Se limpió los labios con pañuelo rojo y chupo el cabo del cigarrillo.


-Ya es de noche- dijo.


-¡Que noche ni que diablos! -Gruño el ventero de mal humor-  Estoy hablando de otro problema.¿ Qué va a hacer mañana cuando lleguen los compradores?


-No estaré aquí.  Es todo lo que digo.


¿ De dónde sacó la cabra? Porque a mí no me viene a decir que se la compró al gobierno.  Diga:  ¿de dónde la sacó ?


Ya lo he oído:  la compré en la granja del gobierno.


- Se la robó.  Nadie me quita de la cabeza que se la robó. Desde que  lo vi aparecer me di cuenta de qué era usted un cuatrero.  Y ahora la vende dónde dos veces. ¿que va a hacer?


-Podría arreglarlo todo muy bien,  trayendo mañana otra cabra  igual a ésta.  Pero los compradores me han tomado por un cretino, y se han ido convencidos de que me han estafado.  mañana,  a las tres,  les van a crecer la narices... no les quedará más  recurso que contarse sus penas .


El ventero no sabía que pensar. Había conocido a muchos pillos y vagabundos,  pero a que se presenta ante sus ojos como un completo bribón.  Y no obstante su recelo,  se sentía atraído por la simpatía y el descaro del cuatrero.


¿En donde encontró la cabra? - Preguntó el ventero.


-Al otro lado del río.
-¿entonces, reconoce que se la robo?
-No tanto.   Yo venía hacia este lugar,  y ella estaba en la carretera,  balaba  tristemente,  muerta de hambre.   me sentí conmovido y la recogí.  no la he robado .


-Eso está bien dicho.   pero no veo cómo va a salir usted del trance.


-Todo resultara bien.   Tengo buena suerte. ¿ no le gustaría quedarse con la cabra?   Se la vendo.  Muy barata.


-No compro bienes robados.
-Diez pesos: es una ganga.


¿Qué haría yo con ella?   Mi mujer tiene muchas cabras en El Corral.   No necesitamos más de las que tenemos.


-Cómprela. Diez pesos: una ganga.
-Y mañana, ¿ que diría,  cuando vengan los otros?


- A usted no le importa.  usted no ha negociado con ellos,  y es un hombre honrado, a quien todo el mundo conoce.


-¿Diez pesos?- Preguntó el ventero, tentado por la oportunidad.


- Eso.  No hago rebaja.
-Mi mujer tendrá un disgusto,  por hacer negocios en su ausencia.  Está en el pueblo,  y no tardará en llegar.   Es de muy mal genio, ¿Sabe?


-No pasará nada. Ella estará contenta de haber comprado  una cabra   en tan buenas condiciones.


Lo convenció al fin.  el ventero le indicó el sitio  en donde debía dejar la cabra,  al otro lado de la carretera, en el corral,  a 100 metros de la casa.   El tuerto penetró allí y amarró la cabra en una estaca,  detrás de unos  montones de paja . Luego,  muy contento,  regresó a la tienda,  recibió el dinero  y encendió el cabo de cigarrillo  que le quedaba.   Por fin  se despidió haciendo al propietario,  muchas reverencias.


Avanzó silbando,  por la carretera,  muy despacio,  como si no tuviese prisa en llegar al sitio a dónde se dirigía. En el puente se detuvo y escupió  sobre el río. El  ventero lo veía,  en un claroscuro de la noche incipiente, reclinado sobre la baranda del puente,  fumando la colilla con tranquilidad meditativa .


Después lo perdió de vista.  20 minutos después llegó el bus,  y se detuvo un momento frente a la casa.   Principiaba a llover.  La esposa del propietario,  una gorda tan perezosa y grasienta como él , se bajó del bus;  y como al bajarse,  antes de asentarse en la tierra,  aquel siguió la marcha,  la gorda rodó,  por la carretera, gimiendo.  De la mochila que llevaba rodaron al caer botellas de ron,  paquete de velas y barra de jabón.  La mujer recogió las compras, en la oscuridad y se dirigió a la tienda , vociferando contra el conductor de bus.


- he comprado una cabra - informó el marido con notoria timidez.


-¿ Dónde está?


-En el corral.
-Voy a verla. ¿ Cuánto costó?
- Diez pesos.
-¿Diez pesos? ¿Una cabra?
-Es de Nubia.
¿De qué?
De Nubia.
¿ Qué es eso?
- Así decía el que la vendió. Debe ser la raza...


-Voy a verla.


Encendió una vela, se echó sobre la cabeza un papel encerado, y se dirigió al corral, cruzando la carretera.
Un momento después estalló en el corral una algarabía de dicterios y lamentaciones.
El ventero sudaba sin moverse, y sin comprender lo que pasaba.   Veía la luz de la vela que se agitaba en el aprisco, en una y otra dirección,  y observaba como el viento arrastraba la llama, dándole la transparencia azulosa de un fuego fatuo.


¿Qué ha pasado? - Preguntó,  cuando la mujer estuvo de regreso.


-¡ imbécil !- grito de la mujer.
-¿Quién?
-¿Quién ha de ser? ¡Tú, imbécil!
-No entiendo.


-Ya entenderás... ¡imbécil!.  Has comprado una cabra que te pertenecía.  Y después de que la has comprado,  te la han  vuelto a robar.  En el corral falta una cabra.  ¡La mejor que tenía!


-No buscarías bien.  Voy yo mismo...


-¿Tú, barrigón inútil, que ni siquiera sabe lo que tienes Y lo que compras?  Yo lo había sospechado cuando me hablaste del asunto. ¡ Imbécil! ¿A quién se le ocurre comprar lo propio?


El principiaba a comprender. No dijo una palabra más. Se Sentía abatido, doblemente engañada por el desconocido.  Y no se atrevía a contar a su mujer que aparte de lo que ella había descubierto, la cabra había sido vendida dos veces  en su presencia.


Esta noche, en el hecho, el ventero pensaba en los caprichos de la vida.  Reconciliado con su esposa,  a quien había logrado explicar su inocencia y su buena fe, sentía muy cerca la respiración de la mujer, y el copioso volumen de su opulencia carnal.


-Oye -le dijo-. Hemos debido perseguir al ladrón.  No debía estar muy lejos cuando tú llegaste...
-Con esta noche no salen al campo ni los perros.
-¿Tú crees que la cabra era de Nubia?


-Fuera lo que fuera, ya no la tenemos.  Y además, tú has dado diez pesos  al que se la robó .
Es triste ser la mujer de un hombre como tú.   Trabaja uno todo el año, de día y de noche, para que venga un ladrón y  se robe  las cabras  en las propias narices del dueño.  Habrá que avisar mañana a la policía. ¿ Cómo era el ladrón?


-Era tuerto, vestir de dril blanco, llevaba bigotes largos, casposos.


-¿Tuerto dices?
-Si; ¿por qué?


-En el bus iba un hombre tal como lo describes, y llevaba una cabra. Pero no era tuerto.   Debió fingir que le faltaba un ojo para que no lo  reconocieran después….
Subió a un kilómetro de aquí,  y pagó doble pasaje, por él y por la cabra;  y como no había sitio, la puso sobre las rodillas como a una criatura...
-¿Y tú,  desgraciada, te encuentres con tu propia cabra y no le echas mano al ladrón?
¿Cómo explicas eso?


- yo no sabía que era mi cabra.¿ cómo iba a saberlo?
Ni siquiera miré al animal. Estoy ahita de lidiar cabras.
Y, sobretodo, no me hables así. El responsable de  lo que ha pasado eres tú. Ni  siquiera te diste cuenta que el cuatrero no era tuerto... ¡qué inteligencia !


En la oía murmurar, y las palabras de su esposa le daban una sensación de doliente  inutilidad. Afuera llovía con extraña intensidad, y el agua de las acequias caía desde el barranco, sobre el río, con inquietante violencia.  El ventero trató de buscar un recurso para atraer el sueño, y al encontrarlo, no pudo dejar de sonreír en la oscuridad. Un Monótono rebaño de cabras holló los senderos aletargadas de su mente,  y contandolas, una a una,  logró quedarse dormido, molido el cuerpo por la fatiga,  limpia el alma de todo rencor.


FIN